Antes de hacernos esta pregunta, deberíamos preguntarnos qué es el MAR, y antes aún, qué es la TIERRA, y simultáneamente, qué es la VIDA y qué somos nosotros. Y tener en cuenta que a esos efectos, lo mismo da hablar de una gota de agua como hablar de un océano.
Para ir por el atajo podríamos decir que el mar es, en lo que tiene de gustoso o saboroso y de saleroso, sapiente o sabio (que viene a ser todo uno) la mismísima tierra, pero en forma ingerible y directamente asimilable por los seres vivos. La más perfecta síntesis de nuestro hábitat: Tierra total, sin faltarle ni uno solo de sus componentes, disuelta en agua gracias a la acción de todas las arterias de la tierra, de todas las lluvias, torrentes, tormentas y glaciares que llevan millones y millones de años lamiendo y triturando los tesoros de su corteza y vertiéndolos al mar, que los mece, los disuelve, los agita y los vivifica, para hacer de cada una de sus gotas la más perfecta destilación de toda la tierra, el sabrosísimo caldo en que se cuece la vida de un infinidad de seres vivos.
Y el mar, como la vida misma sobre todo cuando es simiente, es de una exuberancia desbordada: nos ofrece su síntesis de la tierra con el mismo exceso con que se desborda la vida. Por eso hemos de tomar de la riqueza del mar sólo la que puede soportar nuestro cuerpo: de ahí que debamos beberla con mesura, mezclada con agua dulce para iso-tonizarla, reduciéndola así a nuestro tono salino, o condimentando con ella nuestros alimentos. Pero cuando se trata de responder a las desmesuras de nuestro cuerpo (estreñimiento, infecciones, intoxicaciones…), es preciso echar mano del agua de mar con cierta desmesura, porque nos interesa aprovechar su exceso de salinidad, que es el que actúa en estos casos.
¿Y esto es nuevo? ¿Es una moda? ¿Es un invento? Nada de eso, es mucho más antiguo que el andar de pie. Desde que íbamos a cuatro patas, sabíamos de nuestra necesidad de agua de mar. Y a ella recurrieron nuestros ancestros antes de andar erguidos. Pero ellos mismos descubrieron que el agua de mar desecada era mucho más manejable. Así que arrancaron con avidez las rocas salinas que formaba el mar en las balsas rocosas de la orilla, y utilizaban esa agua de mar en polvo para curarse por fuera y por dentro, y para condimentar y curar los alimentos.
Pero como nuestro mundo está lleno de sabios más sabios que la naturaleza, he aquí que le enmendaron la plana a ésta “refinando” y “purificando” la sal que obtenían del mar. Y así, del mismo modo que hemos de andar buscando pan y cereales y pastas sin refinar y azúcar sin refinar, y aceite y tantos más otros alimentos sin refinar, hemos de buscar también “sal integral sin refinar”, porque ésta es un alimento esencialísimo para los animales (vacas, caballos, ovejas…) que, como nosotros, necesitan un complemento mineral porque no obtienen los suficientes minerales de los alimentos que ingieren. Por cierto, es fácil ver en Fuerteventura que las cabras prefieren lamer agua de mar que piedras salitrosas. Y cuando examinamos todas las ofertas de sal que nos hace el mercado, caemos en la cuenta de que es imposible que ninguna sal supere al agua de mar en cuanto a oferta de minerales (la totalidad de los que componen la tierra y la casi totalidad de la Tabla periódica) directamente asimilables.
El agua de mar es mucho más que esto, pero baste por ahora este primer paso para ir conociendo su verdadera naturaleza.