Náufrago

Entre los caminos que ingenió el hombre para desarrollar el comercio a larga distancia, los del mar son con mucho los más peligrosos. Pensemos en los caminos de hierro, en las carreteras de toda condición y en las rutas aéreas. Ningún camino (incluidas las rutas fluviales) ha sido tan accidentado como las rutas marítimas.

Frango, frángere, fractum es el verbo latino que significa “romper”. Y la palabra griega ναυς (náus) significa “nave”, que en latín tiene la forma arcaica de nauis y estándar de navis (pl., naves). Podemos entender, pues, que la palabra “naufragio” está compuesta por el primer elemento griego y el segundo latino, o por los dos latinos. En ambos casos significa “rompimiento de la nave”, es decir que el navegante que iba en ella, ha ido a parar al agua y como mucho dispone de alguno de los pecios para ayudarse a flotar. Al ser toda la nave de madera, cada uno de sus fragmentos (si realmente era destrucción y no hundimiento) era un recurso para prolongar la supervivencia del náufrago.

Tan accidentado, que en la antigüedad clásica, junto a los ciegos (uno de ellos, Homero, pues su propio nombre significa “ciego”), tenían reservado el oficio de cantores de gesta (una forma honorable de mendicidad) los náufragos que habían sobrevivido al naufragio pero que habían quedado arruinados. Estos últimos, como los cuentacuentos, llevaban a cuestas la pintura de su naufragio y la contaban (más propiamente la cantaban) a los transeúntes, a cambio de unas monedas.

La muerte del náufrago tenía una pena añadida, que era la de ser pasto de peces rapaces, quedando por tanto sin honras fúnebres y sin sepultura. Recordemos el episodio conmovedor de la Ilíada, en que Príamo accede a entregar a los griegos el cuerpo de Aquiles para que le honren con un entierro digno.

Y siguiendo en las dos primeras obras de nuestra civilización, vemos que si la Ilíada está dedicada a cantar la guerra de Troya, la Odisea canta las infinitas peripecias de Ulises (Odiseo), al que los dioses hacen naufragar una y otra vez en el camino de vuelta a casa. Ése fue el justo castigo por haber engañado a los troyanos con el caballo de Troya, cargado de soldados que fueron la ruina de la ciudad. Los dioses protectores de Troya no se lo perdonaron a Ulises, el principal artífice de esta ruina: por eso una y otra vez le torcieron el camino, imponiéndole así un largo periplo y haciéndole naufragar repetidamente.

naufragio

He ahí pues que la segunda gran obra de la literatura universal (para muchos la primera) está dedicada a cantar uno de los dos acontecimientos de la vida que despertaban mayor interés en los oyentes de los juglares: el primero era la guerra; pero le seguían en interés las peripecias infinitas de un náufrago que no se rinde a la fatalidad. Parece obvio que junto a las incidencias de la guerra, entre las que ocupaban lugar de privilegio los apasionantes combates cuerpo a cuerpo, las aventuras de un náufrago que se salva entre los miles y miles que se ahogan, tenían que ser tema preferentísimo para los oyentes: de lo contrario no hubiesen sido las peripecias de Ulises el tema elegido para una de las mayores obras de la literatura universal.

La pasión por los relatos de náufragos tenía componentes que formaban parte sustancial de la vida y que movían la historia. En la antigüedad, el comercio con mercancías de lejanas tierras era tan arriesgado por la frecuencia de los naufragios, que trabajaba con márgenes astronómicos. El enriquecimiento meteórico y la ruina fulminante formaban parte del mismo concepto de negocio. Junto a estos riesgos, estaba el de la vida de los comerciantes, que no conocían forma mejor de proteger su cargamento, que viajar junto a él. Es evidente que ahí había materia para relatos apasionantes, que empezaban en el montaje del negocio naviero comercial y acababan en el naufragio y en las peripecias del náufrago para poder contarlo.

Una de las costumbres que desarrollaron los náufragos, que confiaban que su cuerpo sería devuelto por el mar a la tierra, fue la de colgarse del cuello joyas de oro y piedras preciosas cuando se veían ya en el riesgo de naufragar, a fin de que quien encontrase su cuerpo en la playa, pudiera resarcirse de los gastos del entierro cristiano y cobrarse su buena obra. Pero la maldad humana aprovechó esta piadosa inclinación de los náufragos para saquear sus cadáveres si los devolvía el mar, y dejarlos sin enterrar. Puesto que por lo general los náufragos eran extranjeros, ésa fue una buena excusa para eludir cualquier obligación respecto a ellos, y de ese modo saquearlos impunemente. Pero no era esto lo peor: en los tiempos de Homero, una de las costumbres bárbaras era propiciarse a los dioses del mar sacrificándoles los náufragos que llegaban vivos a la playa.

En fin, que las formas de morir del náufrago son bien variadas; las posibilidades que tiene de vivir en cambio, son muy limitadas. Por eso resulta tan apasionante que quien ha salido con bien de un naufragio, cuente su experiencia.


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